Veganismo o cómo no sacrificar el futuro por un sándwich

Después de siete años siendo vegano he tenido montones de discusiones con conocidos y extraños, y es probable que haya escuchado todo argumento posible en contra del veganismo: desde el “ciclo de la vida” –que viene de una canción del Rey León, pero que parece haberse alojado en la conciencia de la gente como un término científico cuasidarwinista–, hasta el supuesto sufrimiento de las plantas, pero ahora no pretendo enfocarme en argumentar a favor del veganismo, sino en narrar mis inicios en este movimiento y las experiencias que he tenido en torno a él en diferentes partes del mundo.
Desde que tenía unos 6 años ya empezaba a intrigarme el que ciertos alimentos tuvieran animales como ingrediente, lo cual me producía cierta suspicacia: veía un plato de consomé con pedazos de “pollo” flotando, pero había visto varios pollos y no entendía cómo es que podrían llegar a verse así. Evidentemente, en la mente de un niño de esa edad no cabe la idea de que la gente mata y descuartiza animales para que quepan en un plato, y dado que para mi muy susceptible conciencia era conveniente no indagar mucho más, dejaba mis reflexiones de lado rápidamente.
Pero fue a partir de estas breves reflexiones y de múltiples encuentros con casos de disonancia cognitiva –como el ver a un amigo engullir felizmente un plato de trucha después de haber visto y maldecido al señor que las estaba matando– que, a los 12 años, dejé de comer animales –lo había intentado desde un año antes, pero, como yo, mi fuerza de voluntad estaba en su adolescencia.
A partir de esto y después de varios años siendo el invitado menos apreciado en las comidas familiares de mis amigos –ya que nadie toma en serio las convicciones éticas de un adolescente, generalmente confundidas con caprichos o necedades– y, por supuesto, teniendo varios momentos de reflexión incómoda similares a aquel del consomé, pero ahora con una voluntad adulta, a los 19 años decidí dejar de consumir productos de procedencia animal.
"[...] Lo que me impacta es cómo, al hablar de veganismo, la actitud de las personas que frecuento se ha ido transformando a lo largo de los años: de mofa a reflexión, de reflexión a culpa y, a veces, de culpa a acción.
A los pocos meses como vegano emigré a Europa. Estando un año en Polonia, cuatro en los Países Bajos y actualmente en el Reino Unido, donde llevo año y medio, y visitando constantemente otros países, he podido ver cómo el veganismo ha ido evolucionando por estos rumbos.
Al llegar a Varsovia, por ejemplo, me sorprendió la variedad de opciones tanto de productos veganos en tiendas, como de restaurantes veganos o con platillos veganos (para lo que Happy Cow fue indispensable), y esto ha ido aumentando exponencialmente, como he podido comprobar cada vez que regreso.
En Londres es impresionante ver cómo cadenas globales como Burger King implementan un menú totalmente vegano en algunos de sus establecimientos por ciertos periodos de tiempo, cómo algunas estaciones de Metro se llenan de anuncios antiespecistas y cómo la gente cada vez consume más productos veganos (en 2021 la cadena de supermercados Aldi reportó un incremento del 250% en ventas de productos veganos en el Reino Unido respecto de 2020).
Pero, por mucho, la experiencia más inesperada la tuve en Portugal, en una ciudad diminuta del Alentejo llamada Moura, que visité en 2022 durante una de sus fiestas tradicionales y donde asumí no habría nada que pudiera comer fuera de papas fritas. Insospechadamente, ¡había un puesto con hotdogs veganos! Estoy seguro de que no habría encontrado esto de haber ido dos o tres años atrás, lo cual, aunque pudiera parecer insignificante, es un reflejo de la transformación que está ocurriendo en los hábitos de consumo.
Respecto a México, gracias a que he estado fuera por periodos prolongados, he podido notar de manera más contundente el mismo avance. Cada vez que visito la Ciudad de México me sorprendo con la cantidad de nuevas tiendas y restaurantes veganos, con la ampliación de los lugares que ya frecuentaba (Veggicano y Vegan Ville siendo de mis favoritos), y con el avance en la calidad y diversidad de los productos.
Pero más allá de esto, lo que me impacta es cómo, al hablar de veganismo, la actitud de las personas que frecuento se ha ido transformando a lo largo de los años: de mofa a reflexión, de reflexión a culpa y, a veces, de culpa a acción.
Todo esto lo digo teniendo claro que hay ciertos lugares donde este tipo de movimientos sociales quizá tarden unas cuántas décadas en ponerse al corriente: las personas difícilmente tomaremos acción en asuntos como la crisis climática o el respeto a la vida de los animales si nuestras necesidades básicas no están cubiertas y nuestros derechos humanos no son respetados, por lo que el activismo en todos los ámbitos es indispensable.
Respecto al activismo vegano, a diferencia de otros movimientos sociales, la mejor estrategia parece ser invitar pacíficamente a una reflexión informada en tres vertientes: animales, ambiente y salud. Hago énfasis en lo de pacíficamente no porque haya menos urgencia por generar un cambio que en cualquier otro movimiento, sino porque hay demasiados prejuicios en torno al veganismo, lo que provoca que, por ahora, la única manera de ser escuchados seriamente sea siendo estoicos y totalmente racionales: es más importante ser eficaz que ser apasionado.
Precisamente días antes de terminar de escribir este texto tuve el gusto de conocer a Ed Winters, uno de los activistas veganos más influyentes de nuestra época, quien aceptó mi invitación a dar una charla en la Royal Academy of Music, en Londres. Ahí mencionó que él nunca se permite perder los estribos ante el público, pues lo primero que la gente buscará será poder señalarlo como un vegano sermoneador y que se pretende con superioridad moral, lo que sería suficiente para que ciertas personas se cierren a escucharlo: esto él lo vería como fallarle a los animales y al movimiento.
En fin, considero que es crucial darse cuenta de que el veganismo va mucho más allá del respeto a la vida de otras especies, ya que nuestro consumo de productos de procedencia animal tiene consecuencias mucho más profundas y complejas de lo que generalmente percibimos: desde la escasez de alimento hasta la destrucción de hábitats enteros, consecuencias que, por supuesto, se ramifican en decenas de otros problemas.
Debemos informarnos, hacerle caso a la ciencia y madurar nuestra fuerza de voluntad, que tanto se resiste al cambio. De esta manera, tal vez podamos demostrar que un amigo mío se equivocaba al afirmar que “Estamos dispuestos a sacrificar el futuro de nuestros nietos por un sandwich”.